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Adopción y trastornos de apego: Como se vinculan los niños adoptados

El sistema de apego es uno de los sistemas de respuesta biológicos básicos en el ser humano para la supervivencia. Pese a que nacemos con las estructuras cerebrales para ello, éste sistema ya se activa desde la vida intrauterina hasta el último de nuestros días, garantizando así la proximidad con los demás necesaria para sobrevivir como especie.

De bebés, ésta proximidad con las figuras de referencia (en éste caso padres o cuidadores) es de vital importancia, ya que en base a cómo nuestras figuras principales de apego responden a nuestras necesidades fisiológicas y de afecto, nos ayudará a sobrevivir y a integrar aspectos tan esenciales como la autoestima, el autocuidado, la regulación emocional y la capacidad de vincularnos con los demás. Este aprendizaje que danza como un baile entre adulto y niño, propicia un espejo al que mirarnos gracias a la mirada de ese adulto que nos ha mirado primero, y nos ha podido traducir nuestras sensaciones y necesidades, lo que ayuda a un crecimiento sano de la personalidad y a la adquisición de que el mundo es un lugar seguro con vías a explorar y gestionar.

Por lo tanto, nacemos con la capacidad de vínculo y con la necesidad de vincularnos a nuestros progenitores. Pero ¿Qué ocurre cuando un niño es separado de sus padres?

Sabemos que la adopción es aquella situación en la que los padres, por las circunstancias que fueren, no han podido ejercer esos cuidados y esa parentalidad. Los niños que han sufrido una separación de sus padres o cuidadores biológicos sufren la denominada herida primaria o ruptura primaria en su sistema de apego, que se vive como abandono parental. Ésta sensación de abandono por el cuidador que precisamente tendría que garantizar el vínculo y la protección y, por el contrario, se desvincula y corta ese vínculo primario (que todos necesitamos para nuestro desarrollo), viola el funcionamiento del sistema básico de apego, esto es, dejar de vincularme con la figura que necesito vincularme para mi supervivencia. Para la mente infantil es inconcebible que nuestro cuidador no nos cuide, lo que genera una sensación de rechazo interna y hacia los demás como sistema de protección y defensa, ya que los vínculos se viven amenazantes. Si a esto le añadimos situaciones de maltrato como desnutrición, violencia o abandono físico, alterará además su desarrollo físico y neurobiológico, generando más vulnerabilidad.

Ésta herida primaria a la que los niños adoptados se ven sometidos condicionará las estructuras cerebrales encargadas del sistema de apego, por lo que la capacidad para socializar y vincularse con los demás se verá condicionada por lo vivido, pues dicha herida será guardada en su memoria implícita junto con sensaciones de inseguridad, ansiedad o temor. Por ello muchos niños presentan reacciones vinculares fuertes, ya sea por exceso o por defecto, por lo que además suelen ser catalogados con el llamado Trastorno de Apego Reactivo (RAD). Este trastorno de apego se caracteriza por adquirir formas inapropiadas de relacionarse con los demás en la mayoría de los contextos del niño (familia, escuela, desconocidos), de manera que se responde con una inhibición excesiva o por una sociabilidad indiscriminada y fuera de lugar.

El trastorno de apego reactivo surge principalmente en experiencias de niños que han sido institucionalizados para su protección por un largo periodo de tiempo, conllevando soledad y más sensación de abandono, por lo que no han adquirido un aprendizaje vincular como u menor con un contexto normativo.

Aún así, la adopción por parte de familias sustitutivas o de acogimiento familiar ayuda a proporcionar un contexto seguro para el menor y una oportunidad para vivenciar nuevas formas de vinculación, seguras y sanas, que generarán un aprendizaje de apego seguro gracias a su plasticidad neuronal. Contextos como éstos propician la resiliencia infantil, o la llamada capacidad para sobrevivir a situaciones adversas y traumáticas saliendo fortalecidos de ellas, implicando además un eje central de la intervención psicoterapéutica en la reparación del vínculo adquirido en niños adoptados. Ésta capacidad se puede aprender a cualquier edad e implica una respuesta saludable frente a las adversidades sufridas para sanar heridas traumáticas con la ayuda de una figura que proporcione un vínculo seguro para ello. ¡Los buenos tratos a la infancia empieza por los adultos!

Inmaculada Pérez de Villar Nieto.

Psicóloga sanitaria Col. Nº M-34234

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